sábado, 8 de agosto de 2020

Relatos cortos de verano 1

 Fortuna de litoral. Extenso entramado de piscifactorías ancorado a 5 millas de la costa y al través de ésta, que actúa de silenciosa frontera entre lo cercano, lo conocido y el más allá, el infinito. Linde virtual de “zona de confort” que mencionaría aquella gente de empresa y de basura de libros de autoayuda de aeropuerto. Solemne vigía, arquero repelente de gentes que flotan sobre cualquier suerte de embarcación, típica y solamente en temporada estival, pero que no navegan. En dialecto local se conocen como “las jaulas”.

 

Deslizando avante, rabiando amurado al viento, levante en su apogeo, predominante en el enclave. Génova en su completitud y un rizo en mayor. Profundo respiro, las fosas nasales compensan la amplitud de volumen y consecuente bajada de presión en los pulmones y se llenan de viento cargado de humedad y cierto aroma a pienso de pescado. 4 millas a la costa, jaulas a proa.  4.5 millas, jaulas al través. 5 millas, jaulas en aleta. Ya se ven por popa. Frontera cruzada. Libre. Soy libre.



 

Difícil explicar al profano la recurrentemente necesitada experiencia de navegar hacia el azul en solitario a vela. Se tienen aclimatadas sus miradas compasivas en contra-respuesta a la mención de soledad. Nada más lejos de la realidad. En algunas ocasiones se ha mencionado que el “solo-sailing” debe ser una experiencia cercana a la muerte…. Avanzas hacia el infinito, sólo. Atrás queda la cobertura, las obligaciones, el sonido, las presiones, la sociedad, la contaminación visual, acústica y atmosférica. A proa tienes el silencio, la soledad, la naturaleza, las emociones sin apariencias, la pureza, lo desconocido, la tensa quietud del navegante.

 

Nunca estarás sólo si sabes estar contigo mismo. Sesgo cognitivo que almacena y devuelve a la cabeza este tipo de reflexiones mientras navegas. No demanda de algarabía de gente alrededor. Respuesta genética de un grupo limitado de nuestra especie que debía salir a descubrir jugándose el pellejo, mientras otros se quedaban en la cueva y su entorno. Disfrute en el riesgo. Portadores del DRD4-7R, “gen de la aventura” lo llaman. Permitió a la raza humana evolucionar… y obliga a encontrar comodidad en entornos que la gran mayoría denominaría de locura, con cierta tendencia a aburrirse en la rutina. Y poca necesidad de rebaño. Placer por intento de apertura de propio camino incierto que ya será optimizado por otros.