domingo, 3 de enero de 2021

Esas sensaciones. Temporal Navidad. Diciembre 2020

Carretera, música, volante y par de kilómetros restantes al atraque. Constante escrutinio de banderas, ramas, hojas, plásticos. Prospección exhaustiva del entorno visible en búsqueda de señal que desinforme predicciones, tratando de aplicar un poco de bálsamo a las sensaciones en boca de estómago. Mariposas las llaman algunos. Alerta amarilla por fenómenos costeros, ola y vientos fuertes, frescos. Llegando al parking junto al amarre voy pensando la fascinante tecnología del auto que permite un confort absoluto a la décima de grado y total aislamiento del entorno. Qué diferente será en un rato.


Caminando en soledad hacia el compañero en su dulce espera. Primera revisión a distancia de su palo y su jarcia firme. Puedo jugarme el cuello a apuntar sin error por donde viene Eolo, a pesar de ello reafirmación continua en todas las veletas que voy sobrepasando.





Por fin llego, llegar para irse. Arribar para partir, partir para arribar. Estar para desaparecer. La vida misma. Todo está en orden. A son de mar. El velero realiza con elegancia un edulcorado meneo sobre su lámina de agua, tristemente condenado a tierra por el largo y al través. Halcón enjaulado, alicortado, deseoso de romper en vuelo. Afilado silbido del viento sobre la jarcia y, como no, húmedas caricias de infinidad de cabos contra aluminio, sonidos que transportan a cualquier navegante a la mar donde quiera que se escuchen. Salada música de cuna para el marino y molesto golpeteo para el ajeno.


Condiciones que retan allí afuera. Inquieta tranquilidad. Maravillosa dualidad. Frenética lucha interior. Lo buscas y lo evitas. Deseas zarpar y deseas volverte a casa. Exponerse o acomodarse. Aventura o seguridad. Nómina o emprendimiento. Emoción y miedo. Cojones o conformidad. Pelea o consuelo. Querer estar contra que-carajo-hago-aquí. La vida misma. Instantánea piel de gallina, ligero hormigueo en hemisferio derecho, bomba de empuje trabajando a máxima potencia que no a máximas revoluciones, como queriendo salirse del pecho a cada impulso de cigüeñal. La siento hasta en los oídos. Reconocida sensación ya experimentada en líneas de salida de pruebas físicas de ultra-resistencia y curiosamente también delante del mar. Adicción a endorfinas y al azul.


Testigo de lujo de rescate a velero



Y, sin saber bien como, ya estás ahí fuera. Cautelosa ejecutada de protocolo de desamarre con viento y recibidos deseos de seguridad y cautela por parte de marinería. Gente buena y buena gente. Me llaman loco aquellos que no entienden mi pasión. Nadie más que yo en el agua, que hoy torna grisácea, blanquecina. Nerviosos minutos de izados, rizados, trimados, algarabía de cabos, estrés, ajetreos, olas, presión de viento en cara, miedo. Mente trabajando… hoy me he pasado de listo, a ver si me sale caro. Mirada rápida a equipo de viento, 27.9 KNT y aún no he empezado a navegar. Joder. Mente trabajando… tranquilo Pablo, lo conoces, hay que aclimatarse. Del coche a lo salvaje. Saltico hacia fuera de zona de confort. 





Pasan los minutos. La batalla interior no cesa. Suena “so lonely” a todo meter por mi altavoz. El barco empieza a navegar, mecido por las olas y acunado por el viento. Empiezo a controlar la situación. 37 pies de seguridad. Y por fin estallo. Emociones a flor de piel. Soledad. Alegría. Felicidad. Gritos. Superioridad aparente. El halcón aletea por fin libre. Bienestar. Placer. Alguna lágrima. Los hombres no lloran. Estoy donde quiero estar. Maravillas de la química.